“Señores
magistrados:
Nunca
un abogado ha tenido que ejercer su oficio en tan difíciles condiciones: nunca
contra un acusado se había cometido tal cúmulo de abrumadoras irregularidades.
Uno y otro, son en este caso la misma persona. Como abogado, no ha podido ni
tan siquiera ver el sumario y, como acusado, hace hoy setenta y seis días que
está encerrado en una celda solitaria, total y absolutamente incomunicado, por
encima de todas las prescripciones humanas y legales.”
Fidel Castro en el juicio
del Moncada, el 16 de octubre de 1953
Con esas palabras
inició Fidel Castro el discurso que utilizó como alegato para su defensa ante el
juicio que en su contra comenzó el 16 de octubre de 1953 por los asaltos a los
cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Cespedes, en Santiago de Cuba y Bayamo,
Cuba, sucedidos en julio de ese año y que luego se publicara como documento con
el título sugerido por su cierre: “La
historia me absolverá”.
No voy a comentar
acerca de los alegatos de Fidel porque, obviamente, las críticas que él hizo en
su momento al régimen de Fulgencio Batista obedecen a ese momento histórico en
el que llamaba la atención acerca de los problemas de tenencia de la tierra, la
salud, desempleo, entre otros, que vivía Cuba y en nada los quiero relacionar
con la Venezuela que deja Hugo Chávez después de su muerte.
Pero si quiero hablar
acerca de las circunstancias en las cuales queda el país ahora que él no nos
acompaña y que ya sus seguidores comienzan a idolatrar como si de una deidad se
tratara. Como a todo líder importante, como a toda persona que le ha tocado
liderar un país, el mejor juez o arbitro de su gestión y resultados es la
historia. La historia será la que, en su justa dimensión y sin el sesgo que
podamos tener, se encargará de decir a las futuras generaciones cuál fue el resultado.
Chávez parte dejando,
a mi juicio, dos legados bien importantes, uno positivo, el otro absolutamente
negativo para nuestra sociedad.
Lo
positivo: queramos o no, los venezolanos, nuestra sociedad en 2013, es totalmente
distinta a la de 1998. Hemos cambiado y para bien. En 1998 eran muchos los que
no se ocupaban de lo público. Éramos pocos los que nos ocupábamos de lo
público, de estar pendiente de saber quién me gobernaría porque ello afectaría mi
calidad de vida. Hoy, a pesar de existir un grueso grupo al que llamamos NiNi,
estoy convencido que todos estamos pendiente de lo público, de quien me
gobierna en lo local, lo regional y lo nacional. Ese legado se lo debemos
agradecer, siendo honestos, a Hugo Chávez.
Desde 1979, cuando
comenzamos a separar las elecciones locales, municipales, de las nacionales, comenzó
ese proceso de desgano por lo público. Era natural en una sociedad donde, en
realidad, pasaba poco y la alternabilidad de poder entre AD y Copei era la
máxima. Hoy, a pesar de la abstención electoral, hay mayor participación.
Por ese desgano y por
pensar que poco o nada cambiaria o que mi voto en nada afectaría, elegimos a
Chávez en 1998. Hoy es distinto, con todo y lo que cuestionamos al árbitro, al
CNE.
Lo
negativo: al igual que ocurrió lo anterior, la Venezuela de 2013, los venezolanos
de hoy, somos bien distintos a los de 1998. Chávez se ha marchado dejado un
legado bien triste y alarmante, somos una Venezuela totalmente dividida, una
Venezuela sembrada de odio y de diferencias de clases, pobres contra ricos,
hermanos contra hermanos, familias divididas por ser o no ser chavistas. Nunca
antes vivimos eso. Chávez
dividió al país, dividió al venezolano.
El venezolano es por
naturaleza una persona alegre, vivaz, que disfruta sobremanera del humor y de
las cosas que le ocurren a diario. De todo lo cotidiano hace un chiste para
llenar de alegría su vida. Hoy esa alegría se mantiene pero junto a ella está
la diferencia y el odio, de unos por otros y de todos lados.
Da mucha tristeza ver
como muchos de aquellos que no simpatizaban con Chávez han celebrado su muerte.
Pero él así se los hizo sentir. Sus acciones de jefe de gobierno y como líder político
llenaron ese odio y rencor que sienten. Y no es para menos.
Fidel, mentor de
Chávez, reclamaba para si un trato humano y digno en el juicio que le seguían.
Franklin Brito, un ser humano tan valiente como humilde, no tuvo la oportunidad
de ser escuchado o, mejor dicho, no quiso ser escuchado por Chávez. Murió, como
Chávez, pero por defender su dignidad, su familia y su libertad. Hoy, Iván
Simonovis, no ha sido escuchado a pesar de las miles de voces que se han
levantado junto a la de él, incluidas las de Ivana, su hija. Enfermo, libra una
batalla contra un poder que solo sabe demostrar ensañamiento, odio y venganza.
No son argumentos
para justificar la actitud de quienes hoy sienten un respiro por la muerte de
Chávez pero son hechos que reflejan el legado tan triste como penoso que ha dejado
en nuestro país.
La historia nos dirá
quien tenía la razón en estas décadas que hemos vivido. Hoy Iván y muchos otros
permanecen presos producto de ese odio y venganzas en una sociedad que no lo conocía.
Fidel cerró su defensa así: “En cuanto a mí, sé que la cárcel
será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y
cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano
miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa,
La historia me absolverá.”
Hugo, no estoy seguro si la historia te absolverá.
Brooks, 6 de marzo de
2013
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