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Las mandarinas de Araira

#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabíaContado



El estado Miranda en Venezuela es muy particular en cuanto a su diversidad geográfica. Está distribuida en cinco regiones, cada una con características particulares.

En su Zona Metropolitana cuenta con cuatro municipios, Sucre, El Hatillo, Baruta y Chacao, allí se concentra casi el 40% de la población de Caracas.

Luego están Barlovento, región costera del estado; los Valles del Tuy, zona caliente y algo árida; los Altos Mirandinos, zona fría y de clima muy agradable; y, finalmente, el eje Guarenas-Guatire, que, para mí, es como una transición entre la metrópoli, la urbe, la gran ciudad que es Caracas, y el inmenso bosque húmedo tropical que es Barlovento. La bisagra entre la modernidad y lo rural.

En este eje encontramos dos pequeñas ciudades, Guarenas y Guatire. Cada una tiene sus características, Guatire, quizás por ser más «joven», contiene urbanizaciones más nuevas, digamos con arquitectura moderna, pero a su vez, un casco histórico rico en tradiciones culturales. Pero también hace parte del municipio la zona agrícola de Araira.

Les confieso que antes de pasar a formar parte de Cordami, la Corporación de Desarrollo Agrícola del estado Miranda, jamás supe de la existencia de Araira. Eso sí, lo que si disfrutaba era del producto agrícola más importante que ofrece: sus mandarinas.

Cuando me tocó visitar por primera vez la zona, me encontré haciendo un viaje que me llevó de la pequeña ciudad hacia la montaña por una carretera angosta que mostraba que uno se adentraba a lo rural. Quizás a lo mágico de la hermosa naturaleza.

Llegamos a una zona abierta, con un amplio estacionamiento. Había un pequeño edificio que cumplía las veces de centro de acopio, y allí… ¡cientos de miles y miles de mandarinas! Por donde voltearas veías un extenso piso anaranjado, hermoso.

Ese día me acompañó un experimentado y buen conocedor de la zony técnico agrícola, recientemente desaparecido Argimiro De León. Su tono de voz era muy particular, agradable, cuando conversaba sonaba con ganas de compartir lo que sabía

Es fue mi primer encuentro con Araira, con sus mandarinas, con su paisaje.

La volví a visitar muchas veces, era parte de mi trabajo, en alguna ocasión nos tocó una asamblea con todos los pequeños productores de la zona. Por supuesto que conversamos acerca del apoyo que desde la gobernación les podíamos brindar, no solo para la producción como tal, sino también en la posibilidad de mejorar la rentabilidad de sus cosechas a través de mecanismos que mejoraran su comercialización.

Hubo proyectos, conversamos con pequeños y medianos comercializadores, pero la verdad es que, para enfrentar esas cadenas, buscando un mayor beneficio para los pequeños productores, no era tarea fácil y requería mucho apoyo a todo nivel del gobierno en aquellos días, imagino que hoy es peor, no había manera de lograr acuerdos con el gobierno nacional. Aunque lo intentamos.

Lo que si es cierto es que seguí disfrutando de mis mandarinas. Desde el momento en que conocí a Araira, las zonas productoras,y a quienes la producían, sentí un mayor gusto al comerlas.

Cada vez que iba me ofrecían de obsequio «guacales» y siempre los rechazaba, los compraba, no todos, por supuesto. Nunca dejé que los productores o pescadores de Miranda me obsequiaran sus productos. Sé que lo hacían por agradecimiento por el esfuerzo que hacíamos. Pero siempre pensé, y aún lo pienso, que era un abuso de mi parte aceptar como regalo lo que representaba gran dedicación a su noble trabajo.

Cada vez que regresaba a casa de mi oficina ubicada en Caucagua, a las puertas de Barlovento, tomábamos la carretera vieja a Caracas, hoy día de poco uso. Al llegar al Banqueo, justo en el comienzo de lo que era, hasta ese momento, el final del tramo de la autopista a Oriente, nos parábamos, particularmente entre noviembre y febrero que es la época fuerte de la cosecha de mandarinas, a comprar tres guacales de mandarinas. Cada uno pesaba alrededor de 15 kilos.

Uno se lo regalaba a mi querido compañero de trabajo Moisés, luego a Johny. Los otros dos eran para la casa. Sin embargo, me gustan tanto las mandarinas que casi siempre me comía uno completo en lo poco más de una hora que duraba el viaje a casa. ¡Yo solo!

En casa las disfrutaban, la mamá de mis hijos, mis chamos y Luisa, nuestra querida y siempre recordada empleada de la casa.

Recuerdo que una vez Moisés me dijo, con mucha pena, siempre ha sido una persona muy amable: «señor Josué, perdone que le pregunta esto, pero como se siente usted cuando llega a su casa porque comerse todas esas mandarinas…».

Le respondí, incrédulo: «¿A qué te refieres?».

«Bueno, usted sabe, usted se come todas esas mandarinas… ¿no le provoca ir al baño…?».

Recuerdo haberle dicho: «Coño Moisés, la verdad que nunca me he fijado en eso, pero ahora que lo dices… apúrate, tenemos que llegar rápido a casa».












Comentarios

Degny Arroyo dijo…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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