“Este
gobierno quiere hacer creer que todo el que está afuera le sobra la plata.
Vayan y vean cuantos profesionales no hay con pre-grado y post-grado en la
entrada de un restaurante. ¿Qué les decimos a los venezolanos que están en el
exterior? ¿Qué le digo yo a esos venezolanos que hicieron como pudieron para comprarse
un pasaje y agarrar un autobús y pasar, viajar, de un estado a otro para votar
por nosotros? ¿Qué le decimos, que no vamos a seguir luchando?”
Con estas palabras
Henrique Capriles hizo honor al esfuerzo que casi cien mil venezolanos hicimos para
poder participar el pasado 7 de octubre en las elecciones presidenciales. Un
honor que, con orgullo, recibimos porque la patria la llevamos en el corazón, porque
somos parte de esos millones de venezolanos que amamos nuestro país.
Muchos son los que
hicieron un enorme esfuerzo. Viajaron horas y horas, como lo fue desde Fort McMurray,
al norte de Alberta en Canadá, hasta Vancouver. Casi 1.600 kilómetros, con poca
nieve camino que puede durar unas 16 o 18 horas, con niños pequeños y todo por
el sueño de poder ser partícipes de la historia que quiere traer el cambio, la
paz y la armonía a nuestra querida Venezuela. Ese día no lo logramos.
A muchos nos ha
tocado conocer lo que es vivir bien lejos de tus seres queridos, vivir y
extrañar lo que es sentirse en casa. Comenzar a vivir, empezar a vivir de nuevo.
Poco se ha estudiado o escrito acerca de esta diáspora que salió de Venezuela.
La que nunca existió, la del auto exilio para buscar un futuro mejor, una
oportunidad que te negaron en casa. Por la violencia o simplemente porque te
excluyeron, porque no eras militante o simplemente simpatizante del caudillo o
tan sólo porque pensaste distinto. Nos tocó salir.
Y con esos
profesionales, gente de edad media, mayores, obreros, también viajaron aquellos
niños que no conocieron otra casa que la que está lejos de los primos, de los
tíos, de los abuelos, de los amigos de infancia. Niños que han crecido a la
distancia del calor que brinda nuestro cielo tropical, nuestro mar Caribe que
tanto disfrutamos con sus aguas cálidas. A la distancia del sabor exquisito de
la cocina con el rico queso, la arepa pela o ese guiso exquisito.
Lo hermoso de esta
diáspora es que todos estos niños que llegaron hace 4, 5, 10 y más años han
crecido con un amor inmenso por Venezuela, con un amor inmenso por su gente,
con un amor inmenso que se nota cuando los escuchas alegres contándote que sus
vacaciones de verano o diciembre la pasarán en Caracas, Barquisimeto o Maracaibo.
En Morrocoy o Margarita. En Mérida o Guayana. Disfrutando la alegría de la
familia, la comida, la naturaleza.
Amor inmenso que sentimos cuando con mucho entusiasmo fueron alegres a votar por la esperanza,
por Henrique Capriles. Fue emocionante ver como en New Orleans, Barcelona o
Vancouver; Houston, Madrid o Bogota, miles y miles de jóvenes quisieron ser
protagonistas del cambio.
Henrique nos dijo
ayer, le dijo ayer a esos muchachos que él va a luchar, que él no se rinde,
como tampoco lo harán nuestros jóvenes. La alegría humedece la vista por ver y sentir
esa pasión en ellos por Venezuela. La alegría dice que la lucha es permanente,
que la patria no murió el 7 de octubre y que no termina el 14 de abril pero
para este 14 de abril lucharemos con la esperanza y el deseo de dar la pelea por
volver a tener la Venezuela que todos añoramos de la mano de Henrique Capriles,
de la mano de todos los votos venezolanos en el extranjero, de la mano de estos
muchachos que no se fueron demasiado, sino que se fueron, como bien lo dijo el
amigo Mario, con Venezuela por dentro.
Brooks, 11 de marzo de 2013
Comentarios