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Washington, la consultoría política y Miguel Bosé

#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabíaContado


Como les conté en el primer relato publicado en esta nueva serie de espacio personal de expresión, en 1992 comenzó una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida, personal y profesional.

En marzo de ese año viajé a Washington D.C. y en junio comencé a trabajar como diplomático, Representante Alterno de Venezuela ante la OEA. Lo hice hasta noviembre de 1994. Inolvidable.

Pero no he contado la historia de lo que pasó antes de convertirme en diplomático y la verdadera razón por la cual llegué a esa gran ciudad: fue mi querido amigo Carlos Escalante. Conocido con mucho aprecio como Beto.

Él es el responsable del gran cambio que significó para mi vida el haberme ido a D.C. en 1992, con apenas 24 años. Él se preparó con años de antelación para seguir su sueño profesional, convertirse en Consultor Político, asesor de campañas electorales.

Eso implicaba mudarse a la capital de los Estados Unidos para trabajar con uno de los consultores más conocidas en los 70, 80 y 90, el desaparecido amigo Ralph Murphine.

Si no estoy equivocado, Ralph trabajó muy de cerca con Joe Napolitan, el «gurú» de los asesores de la época.

Cuando Beto me comentó que se iba a D.C. le dije que me gustaría tener la oportunidad de hacer lo mismo, por una temporada.

Me respondió que sí, que conversáramos al respecto. Que era importante que él llegara, se instalara y luego yo podría seguirle y podría hacer una pasantía en el Instituto Interamericano de Política Práctica, organización que habían creado él y Murphine para promover la consultoría política, muy necesaria, en América Latina y España.

Así lo hicimos, se fue, si mi memoria no falla, en 1991. Yo programé todo para irme a comienzos de 1992. (Por cierto, aquí hay toda una historia que involucra a mis padres y a la segunda esposa de papá que luego contaré).

Llega 1992, viajaba en febrero, pero se produjo el intento de golpe de Estado de Chávez el 4 de febrero, por lo que pospuse el viaje unas semanas y viajé a D.C. Llegué, me recibieron Beto y Alfredo Azpúrua, conocido amigo de Estylo.

Conversamos, Alfredo me dice: «no hagas nada, ni siquiera te tomes un café sin antes preguntar, debes guardar tu dinero…». Por supuesto que le hice caso.

Me instalé en la casa de una señora americana conocida por Beto, Janeth Laytham, gran experiencia, hermosa persona, excelente mujer con una trayectoria de vida en D.C. que incluía haber trabajado para el FBI. Más tarde nos hicimos tan amigos que fue importante en los primeros días de mi relación con quien sería mi esposa.

Como mi viaje se suponía era de pocos meses, al día siguiente nos fuimos a la oficina de Beto y nos encontramos con Ralph. Nos saludamos, ya nos habíamos conocido en Quito durante la conferencia sobre campañas electorales.

Beto le dice a Ralph: «Ralph, Josué comienza hoy el “internship”, recuerda que te dije que trabaja para el Consejo Supremo Electoral de Venezuela, será un gran aporte para el Centro».

Ralph, amable, me dio la bienvenida y nos invitó a almorzar a los dos. Lo mejor de la historia es que la oficina quedaba en Georgetown, al final de la Wisconsin Avenue, muy cerca del río Potomac. Pues bien, así comenzó mi pasantía en el Instituto.

Fue una experiencia muy interesante, apoyaba a Beto en la organización de seminarios en todo el continente, incluyendo Brasil. Recibíamos visita de políticos del continente que debían visitar D.C., incluyendo muchos venezolanos. Algunos que luego serían de gobernadores y uno que otro con pretensiones presidenciales.

También conversaba con Beto sobre el programa que cursaba en la Graduate School ofPolitical Management, el énfasis en investigación cuantitativa del programa y más.

El tiempo transcurrió, Beto viajaba, yo atendía la oficina. En una oportunidad tuvimos de visita a unos españoles. Si mi memoria no falla eran una pareja, no recuerdo de donde era él, pero sí que ella era catalana. En la reunión estábamos ellos dos, Ralph, Beto, mi querida amiga Marla Fagúndez, que estaba de vacaciones, y yo.

La conversación giró en torno a la posibilidad de que su partido, contara con la asesoría del Instituto, para organizar unos seminarios en España, con el propósito de motivar los servicios profesionales de consultoría, algo que no era común en España.

Poco antes de terminar la reunión, que era el cierre del acuerdo, yo, de manera insolente y absurda, así lo debo reconocer, les pregunté qué significaba «Senza di te».

Ellos curiosos, preguntaron por qué. Les respondí que era el título de una canción de Miguel Bosé que interpretó en un concierto reciente de la época en Barcelona.

Se miraron bien extrañados. Ralph miró a Beto, Beto me vio a mí con cara de muy pocos amigos y Marla me miró con una sonrisa como diciendo: «Ay Dios Josué».

Terminó la reunión, Beto y Ralph se fueron con los españoles a cenar. Cuando más tarde vi a Beto me armó un tremendo lío. Les confieso que a mí me dieron muchas ganas de reír, como si hubiese hecho una travesura de adolescente.

Marla comenzó a sonreír y le decía a Beto que se calmara. Al final se calmó, pero antes me dio un «sermón» sobre lo importante de esas reuniones, de concretar los servicios profesionales que ellos ofrecían.

Le reconocí a Beto mi error, le pedí sinceras disculpas y le dije: «bueno Beto, lo mínimo que podemos hacer ahora es escuchar la canción, porque no la conoces, ¿no te parece?».

Marla echó una carcajada y a él no le tocó más que reír y escuchar la canción.
















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