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The Breakfast Club

#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabiaContado

 

The Breakfast Club, película de 1985 que dirigiera John Hughes y en la que participaran Emilio Estévez, Judd Nelson, Paul Gleason, Ally Sheedy, Molly Ringwald, Anthony Michael Hall y John Kapelos, es para mí hermosa y recordada.

 

Según dicen los números, logró recaudar cincuenta millones de dólares americanos a pesar de haber tenido un presupuesto de apenas un millón de dólares, es decir, que logró ser un éxito para sus productores.

 

De ella —que cada vez que puedo veo y siempre recomiendo— tengo dos grandes recuerdos o motivos que me van a acompañar siempre.

 

El primero es su banda sonora, mejor dicho, su principal canción: Don’t you forget about me, de la banda escocesa Simple Minds. Es de mis canciones favoritas, que ha estado en mis cassettes, mp3, itunes y ahora spotify, y en mi lista de videos para mi funeral. Es también con la que he aturdido a todos los que son mis amigos, novias, parejas y, por supuesto, mis chamos.

 

Simple Minds no escribió la canción y hubo que convencerlos para grabarla. Keith Forsey la compuso para la película y hubo artistas, como Bryan Ferry y Billy Idol, quienes también tienen canciones que me gustan, que rechazaron interpretarlas. Curiosamente, mucho después Billy Idol hizo un cover.

 

La película hizo muy famosa la canción y hay una anécdota bien curiosa que relata su intérprete, Jim Kerr —que no bebe— y es la siguiente:

 

El día que nos enteramos que era el número uno en las listas de Billboard estaba en Francia, haciendo algunas cosas de promoción. Era un día libre, así que estaba solo. Recibí un telegrama que decía: “Eres el número uno en las listas de Billboard” Y yo: Dios .... Pensé: Tengo que bajar a la barra del hotel y hacer un brindis. Así que bajo al bar y somos el barman y yo. 

 

Al llegar le digo: Abre una botella de champán. Él me responde:  ¿De verdad? ¿Cuál? Y dije: Una muy, muy buena. 

Él dice: Bueno, ¿con quién estás celebrando? Y respondí: con nadie. Él dijo: ¿Por qué estás celebrando? Le Contesté: 

Bueno, estoy en esta banda y somos el número uno en Estados Unidos. Y me mira como: Sí, claro... 

 

Y la historia de Jim y el barman se parece, en algún sentido, a lo que ocurrió entre María Victoria y yo.

 

Amante de esa canción, a cada rato, en casa o en el carro, sonaba. Mis hijos, sobretodo María Victoria, la escucharon montones de veces. Pero un día de aquellos en los que todavía acudíamos a los clubes de video para rentar películas, nos vamos María Victoria, Josué Ignacio y yo; ellos de apenas 14 y 7 años, a ver que íbamos a ver ese fin de semana. Ellos siempre tenían la primera palabra. Decidían que íbamos a ver.

 

Esa tarde de viernes veo “The Breakfast Club” y me emocionó. Le digo a María Victoria: ¡María Victoria mira…! Puso una cara de aburrida diciéndome: no la voy a ver, su canción me tiene obstinada… pero la alquilamos.

 

Le dije: hija, vamos a verla, no te puedes negar a algo que no conoces… Me dijo: Okay, papá, la voy a ver pero no me obligues que sea hasta el final, por favor.

 

Así lo hicimos… Pero la vio toda y la disfrutó. Me dijo: papá, ¿cuándo tienes que devolverla? Le dije: en una semana. Me preguntó: ¿puedes llamar y pedir una semana extra? le respondí: claro hija ¿por qué? Su respuesta fue: porque quiero que todas mis amigas la vean.

 

Pues, esa semana siguiente tuvimos a todas sus compañeras, cada tarde, disfrutando la película. María Victoria me hizo feliz. Después de aburrirla con la canción, entendió el porqué me encantaba The Breakfast Club. No era solo la canción, su ritmo o la letra, era lo que trascendía de ella.

 

No se trata de quienes creemos ser, sino de quienes realmente somos. Dicho en las palabras de esos muchachos castigados un sábado en la escuela:

 

“Señor Vernon, es absurdo que nos pida que escribamos un ensayo sobre quienes creemos ser. Al final, usted nos verá como quiere vernos. Todos somos un atleta, un cerebrito, una princesa, un caso perdido y un criminal” The Breakfast Club

 

Y hoy, todavía, cuando hay oportunidad, invito a muchos jóvenes y no tan jóvenes a que me acompañen a descubrir que no es como los demás nos ven, sino como realmente somos.








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