#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabiaContado
En 1993 trabajaba para la Misión de Venezuela ante la OEA y le propuse a mi esposa en ese momento, que sería interesante pasar el día de Acción de Gracias en Canadá, ya habían pasado muchos años desde mi primera visita. Lo conversamos y lo acordamos.
Llamé a José, el hermano de Fabiola, con quien mantenía cierto contacto desde que llegué a DC. Le comenté la idea de visitarlo y estuvo de acuerdo. Le dije que nuestro plan era similar al de mi primera vez: Ottawa, Montreal y Quebec City.
El miércoles 24 de noviembre de 1993, al terminar la jornada de trabajo, arrancamos desde Washington, DC, para Gatineau, Quebec, en Canadá, a casa de José. Sería un viaje de poco más de 900 kilómetros, no nos tomaría mucho tiempo. Tardamos casi una hora para salir de la ciudad.
Por un error de cálculo, decidí atravesarla, en vez de buscar la salida más cercana a la autopista y eso atrasó el viaje casi una hora. Solo paramos a echar gasolina y seguir rodando, eran solo pocos días los que teníamos por delante y había que aprovecharlos.
Llegamos a la frontera pasada la medianoche y aún recuerdo el primer letrero que leí: Now 100 but Still 60, haciendo referencia a la diferencia entre los sistemas métrico e imperial, entre kilómetros y millas.
El arribo a Gatineau fue poco después de las 4 a.m. Como era muy temprano y nos daba pena con José, decidimos quedarnos a esperar en el carro y, por supuesto, ambos quedamos profundamente dormidos. A eso de las 7 a.m. sentí una especie de ardor en mis pies: estaba haciendo mucho frío y sentía que se congelaban. La desperté, nos acercamos a un McDonalds para usar el baño y nos fuimos a casa de José.
Al llegar José nos recibió con mucho cariño, pero con cara de preocupado. Me preguntó por qué habíamos tardado tanto en llegar si la hora estimada era entre las 4 a.m. y 5 a.m. Le comenté lo que decidimos y se molestó. Nos reclamó, argumentando que fue irresponsable de nuestra parte hacerlo porque estaban esperando temperaturas muy bajas a las que no estábamos acostumbrados y era muy peligroso quedarse dormido. Al final dijo: Welcome to Canada… fue la primera vez que relacioné esas palabras con el frío de estas tierras.
Linda, esposa de José, estaba terminando de preparar el desayuno de Anabel, hija de ambos. Nos saludamos. Anabel, muy curiosa, se puso a conversar con mi esposa; yo hice lo propio con José, poniéndonos al día después de casi 10 años. Nos preparamos y salimos a pasear por Ottawa.
Me emocionó volver a ver el Parlamento, el Rideau Canal y el majestuoso Château Laurier. Caminamos mucho y sentimos el frío otoñal canadiense.
Esa noche descansamos en Gatineau y al día siguiente salimos camino a Montreal. Llegamos temprano. Recorrimos la ciudad, probamos comidas muy ricas. Estaba encantado de estar de nuevo en esa ciudad. Descansamos esa noche allí y al día siguiente partimos a la Ville Quebec, Quebec City.
De las ciudades de Canadá que para mí tienen un tinte muy clásico, esa es Quebec City. En ese viaje caminamos la ciudad; recorrimos los alrededores del Château Frontenac; la Catedral, la estatua de Samuel-De Champlain. De nuevo recuerdos del primer viaje.
Algo particular nos pasó allí. En la noche, cuando ya íbamos de regreso al hotel a descansar, de pronto escuchamos en la radio un sonido muy particular: una flauta con notas muy particulares. Era una presentación, no entendimos de cuándo ni dónde porque el anuncio fue en francés, del Ensamble Gurrufío. Nos sentimos muy orgullosos de escuchar nuestra música tan lejos y en una emisora canadiense. Era la CBC, servicio al que sigo hoy en día. Me es difícil escuchar otras emisoras de radio que no sean CBC Music o CBC Radio, lo que hasta hace poco conocíamos como CBC Radio One y CBC Radio Two.
Al día siguiente, un rico desayuno, una vuelta más y salimos cerca del mediodía de regreso para DC. Tomamos una ruta distinta, más al Este que la de venida. Eran más kilómetros, pero así nos tocaba.
Recuerdo claramente que justo al llegar a la frontera le pregunté a ella qué le había parecido Canadá. Me respondió: “es muy bonito, distinto a los Estados Unidos, la gente es más amable pero que frío hace…”.
Le respondí: “tú vas a ver, algún día vamos a regresar a Canadá; vamos a regresar para quedarnos a vivir aquí”.
“Estás loco, este país es muy frío, yo no podría” —Respondió ella—
Llegando a DC, cansados de haber rodado varios miles de kilómetros en tan pocos días, le repetí: “recuerda, algún día vamos a regresar para quedarnos”. Su silencio, con una mirada que me esquivó con el sueño, me dijo que no. Y aquí estamos…
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