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De como a los 12 años me convertí en “importador”

 #UnaHistoriaQueNuncaAntesHabiaContado

 

Elvira, mamá, fue hasta hace poco una mujer muy trabajadora y creativa. De esas que hoy conocemos como “emprendedora”. Nacida en la ahora famosa comunidad fronteriza venezolana de Tienditas. Llegó a La Guaira a comienzos de la década de los años 60. Como muchos, a casa de los familiares de unos familiares. Venezuela recién acababa de estrenarse como un país democrático donde comenzaban a existir oportunidades, pero para que estas llegaran más rápido era necesario acercarse a la capital. A los pocos años de haber llegado conoce a Antonio Josué, papá, otro joven tachirense que también se acercó a la capital para conquistar un futuro mejor para él.

 

El primer trabajo de Elvira fue como servicio en casas de familia, pero no le gustaba mucho, no se sentía a gusto. Conversando con Papá decide probar oportunidad en la lavandería donde él trabajaba y allí duro un tiempo.

 

Al trabajar juntos, compartir amistades y tiempos de diversión, se enamoraron y a los pocos años decidieron casarse. Diciembre de 1965 fue el momento de hacerlo y comenzaron su vida juntos. Papá decide convertirse en policía, ya tenía experiencia sirviendo a la comunidad porque en San Cristóbal se había desempeñado como Bombero.

 

Así sucedieron las cosas... Antonio Josué se gradúa como agente de la policía municipal de Caracas, pero pocos meses después su primo Arturo, ya oficial, lo convence y apoya para que curse estudios en el centro de instrucción policial de El Junquito; ingresa en 1968 y en 1970 se gradúa como oficial, miembro de la primera promoción de la recién creada policía metropolitana de Caracas.

 

Por su parte, Elvira se quedó en casa, pero sintió la necesidad de producir dinero por lo que después de casada decide hacer un curso y convertirse en peluquera. Me contó una vez que era muy buena, tenía muchos clientes, que sus navidades eran terriblemente ocupadas y que trabajó hasta pocas horas antes de mi nacimiento.

 

Al poco tiempo, cansada del esfuerzo que implicaba el oficio, decide dar un cambio radical y comienza a hacer compras en diversas tiendas de ropa caraqueñas. Ya en ese momento éramos tres hermanos y como yo era el “hijo mayor”, me tocaba acompañarla en sus compras. Recuerdo Almacen Lois, cerca de la avenida Fuerzas Armadas, así como otras ubicadas en esa zona y en todo el centro de Caracas. Recuerdo haber caminado muchísimo desde muy pequeño, acompañándola en sus compras.

 

Esta nueva experiencia empresarial de Elvira la desarrolló generando clientes en hospitales, jefaturas civiles, agencias bancarias, comandos de la policía metropolitana e incluso en las casas de sus clientes. Llevaba su contabilidad en unos cuadernos donde anotaba por cliente, cada uno de los detalles de sus ventas: precio de venta, abonos, nuevas ventas, etc. No estoy seguro, pero recuerdo haberle escuchado una vez que se hizo amiga de un “turco” en el centro de Caracas, si no estoy equivocado en una tienda que se llamaba “El Palacio del Blúmer” o algo parecido. Este señor la asesoró en la forma de realizar sus ventas, en como desarrollar su estrategia comercial y también en como llevar la contabilidad.

 

Pero Elvira no se quedó allí y pocos años después de arrancar con este “emprendimiento”, decide comenzar a viajar a Curazao, Puerto Rico, New York; se ganaba más. Así, se dedicó a viajar con cierta frecuencia y a importar mercancía textil, en plena época en la que aquel modelo de la Cepal, el de la sustitución de importaciones, estaba en pleno apogeo, pero eso no le impidió hacerlo. Para importar aprendió una técnica que luego me enseñó.

 

Pasan los años y en 1979 se le presenta la oportunidad de abrir su propia tienda, pero no tenía los recursos. Un amigo, corredor de seguros, osadamente le dice que confía en su trabajo y honestidad y le ofrece un préstamo de 30.000 bolívares de la época y de esa manera logra abrirla en el conocido mercado Los 70, justo al lado del edificio donde quedaba la vieja sede de Radio Rumbos.

 

Allí arranca con mucho éxito y ve incrementar sus ventas, sobre todo lo que era importado, era de mucha demanda y representaba muy buenos márgenes de ganancia.

 

En 1980 queda embarazada y vislumbra que, dado que el parto sería para el mes de septiembre, era importante prever el abastecimiento de mercancía para la época decembrina que debía comenzar justo en esos meses. Por ello decide incorporar a su compañero de ventas y operaciones comerciales de muchos años, es decir quien suscribe, en sus viajes a Curazao y así enseñarle todo el proceso.

 

Me enseñó a realizar las compras en las tiendas por tipo de clientes y productos (mujeres, hombres, niños, franelas Lacoste imitación, pantalones “stretch” Gloria Vanderbilt, La Palestina, Janina, Palais Hindu, entre otros) y a negociar el mejor precio posible, cualquier argumento era válido para conseguir la rebaja. Recuerdo que peleábamos mucho por el precio de los blue jeans Wrangler, los comprábamos en 20 bolívares, muchas veces logré que fueran 18 bolívares; el precio de venta al detal en Caracas era de 125 bolívares y cuidado si se me ocurría venderlo en menos… Buen margen de ganancia, ¿no?

 

También a armar el equipaje de manera tal que, en el menor espacio posible, estuviese la mayor cantidad de productos. “Recuerde que siempre se tiene que traer unas dos bolsitas en las manos, allí puede meter una docena de pantalones y una docena de franelas” —Decía Elvira— Llegué a meter dos y dos.

 

Por último, el paso por la aduana aérea del aeropuerto internacional de Maiquetía, nacionalizar lo prohibido… En pocas palabras, como “importar” con el menor costo posible.

 

El entrenamiento empezó, viajé unas dos o tres veces con ella, la última casi a punto de dar a luz, tanto que al llegar a Curazao le dijeron que no podía volar de regreso. Ese mismo día fuimos a visitar un obstetra en la isla para que le diera un permiso de viaje, así pudimos regresar. A partir de allí, comencé a viajar con Giovanny, otro comerciante compañero del mismo mercado. La verdad que lo hacía con él por aquello de viajar con un representante porque era menor de edad y no podía viajar solo, pero también porque podíamos compartir los gastos del taxi del aeropuerto al hotel San Marco. Ya en el hotel, cada uno salía por su cuenta a realizar las compras.

 

Y lo logré. Aprendí, fui buen alumno; y cuando ella ya podía viajar, se iba los domingos a New York y regresaba el miércoles en la noche. El jueves temprano viajaba yo a Curazao y ya a las 4 o 5 p.m. estaba de regreso. Algunas veces me tocaba ir jueves y viernes; las ventas eran muy buenas.

 

Confieso que hoy día recuerdo esta historia y me causa gracia solo pensar en ver a ese muchachito de tan solo 12-13 años viajando con 120-150 mil bolívares de la época en efectivo e ir de compras a las tiendas, negociar el mejor precio posible y, por supuesto, hacer mis “trámites de aduana”.

 

De ese momento recuerdo haber hecho amistad con George Samander, uno de los socios y gerente de La Palestina. Él fue siempre muy amable conmigo y me animaba. Con mucha modestia debo confesar que pienso que sentía admiración por mí, porque no solo era una relación comercial, de trabajo; siempre aprovechábamos unos minutos, mientras los empleados preparaban toda la mercancía, para conversar sobre política, sobre historia, sobre Palestina, sobre Venezuela, sobre Carlos Andrés Pérez. Fue muy amable conmigo.

 

Y así fue como, a los 12 años y de la mano de mamá, me convertí en “importador”.









Comentarios

Unknown dijo…
Me recordó mis viajes a Margarita con mi mamá. Hacíamos lo mismo. Excelente forma de escribir Josué. 💪

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