#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabiaContado
En 1994, por invitación de un amigo, tuve la oportunidad de conocer en Washington, DC a Tomás Polanco Alcántara. Ocurrió durante un almuerzo acordado para ese fin de semana. Era una ocasión bien interesante y pensé que ocurría por casualidad.
Mi amigo, como buen amante de la historia de Venezuela, de esa llena de héroes y batallas, fue persona amante del saber de Bolívar. Y por allí vino la invitación. Tomás Polanco necesitaba continuar con su trabajo de la biografía sobre el gran prócer. Entendí el porqué ocurrió.
Llegué al almuerzo. Me encantó su amabilidad y sencillez. Me sentía conversando con un tío mayor, de aquellos con los que da gusto hablar. Por supuesto que nos adentramos en esos cuentos sobre nuestros próceres, pero también sobre aquellas grandes figuras que pasaron por nuestra vida diplomática y escuché anécdotas de alguno de ellos.
Mariano Picón Salas, Vicente Gerbasi (quien había muerto poco antes), y otros como Caracciolo Parra Pérez, de quien él escribió una biografía, “Con la pluma y con el frac”, de la cual también hablaré.
Y vino el planteamiento. El historiador necesitaba una persona que lo apoyara con su biografía de Bolívar revisando en el archivo nacional de los Estados Unidos los escritos que allí reposaban de y sobre Daniel Florencio O’Leary.
Por supuesto que me ofrecí para apoyarlo en esa tarea con todo el gusto del mundo.
A los pocos días volví a ver a Polanco en la embajada. Fue a visitar a sus amigos Simón Alberto Consalvi, embajador ante la Casa Blanca, y Guido Groscors, mi jefe, embajador ante la OEA. Allí comentó a ambos sobre el apoyo que le iba a brindar.
Esa tarde en casa le comenté a mi esposa acerca de este último encuentro y del compromiso que significaba apoyar al historiador; de la necesidad de ocupar tiempo en esa tarea. Ella me respondió: “Pero yo te puedo ayudar con eso, total estoy en casa todo el día, mientras nace María Victoria lo puedo hacer”.
Y así lo acordamos.
Conversamos sobre las instrucciones que me pasó Polanco y nos fuimos una tarde a los Archivos de los Estados Unidos de Norteamérica en Pennsylvania Avenue. Nos pusimos de acuerdo en todo lo que había que hacer, revisar con detalles los microfilms, catalogarlos, copiarlos; en definitiva, hacer la tarea.
Religiosamente y durante varios días ella cumplió debidamente la tarea, con mucha responsabilidad. Una tarde salí de la embajada y al llegar a recogerla estaba molesta, con razón, pero a pesar de ese detalle, continuó. Llegado el día, organizamos todo el material y yo (ella nunca lo conoció), le entregué el material a Tomás Polanco Alcántara.
Una tarde me llama mi amigo y me dice: “Ya Tomás publicó su biografía de Bolívar, debes comprar un ejemplar”. Le respondo: “Debería regalarme uno”, me dice: “Y es que tú crees que uno escribe para regalar, uno escribe para que sus obras sean adquiridas, sino no tiene sentido...”.
Y así lo hice, apenas tuve oportunidad me compré la primera edición de “Simón Bolívar: Ensayo de una interpretación biográfica a través de sus documentos”.
Contento llego a casa y le comento a ella: “Acabo de comprar la biografía de Bolívar que acaba de publicar Tomás Polanco”. Ella lo toma, lo abre y lee las primeras páginas. De pronto lo cierra y me ve con una cara muy expresiva, algo así como poco agradada con lo que acababa de leer. Lo cierra.
Me ve y dice: “Creo que el señor Tomás Polanco Alcántara nunca supo quien hizo el trabajo de O’Leary; me imagino que nunca le dijiste que fui yo quien lo realizó, porque de haber sido así, sería mi nombre y no el tuyo el que saldría en el prólogo”.
Por supuesto que tenía muchísima razón, nunca se lo comenté a Tomás Polanco Alcántara y en todas sus ediciones, el prólogo mantuvo la misma historia hasta hoy que, sin remordimiento, pero si vergüenza, reconozco públicamente que fue ella y no yo, quien escribe esas líneas, quien investigó en los Archivos Nacionales de los Estados Unidos de Norteamérica lo allí guardado de y sobre Daniel Florencio O’Leary.
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