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Enrique Mendoza, mi jefe, el gobernador de Miranda

#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabíaContado

 

Un sábado de mediados de 2000 nos tocó inaugurar la primera de una serie de diez «Plantas Procesadoras Semi-Industriales de Cacao», las llamábamos cariñosamente las chocolateras; esta era la de la maestra jubilada y tan hermosa como noble mujer, Teresa Martínez, en la comunidad de Juan Díaz, municipio Acevedo. Como el más alto funcionario presente, director de Programas y Proyectos, y segundo a bordo de la Corporación de Desarrollo Agrícola de Miranda, Cordami, me tocó esperar y recibir al gobernador Enrique Mendoza quien vendría, como siempre lo hacía, al acto de inauguración de la planta. Siempre hizo lo posible por estar presente en cada comunidad, en donde se ejecutaba cualquier proyecto durante su gestión.

 

Aterriza en el helicóptero de la policía de Miranda, le espero, sale de la nave, me le acerco y me dice, sin preámbulos: «Tenemos que hablar», le respondo: «Usted me dirá, gobernador». Era la primera vez en mi vida que intercambiaba unas palabras con él. Me responde: «Vente mañana a mi casa, te espero a las cinco de la mañana para desayunar». Realizamos el acto de inauguración, todos alegres porque era la primera vez que se ejecutaba un proyecto de esta naturaleza, estábamos dando un paso gigante en la historia del cacao de Barlovento, de las bolas de cacao, chocolate artesanal, al chocolate semi-industrial.

 

Me retiro y llamo a mi esposa: «Tenemos que irnos a Caracas y dormir esta noche allí, el gobernador me pidió que me reuniera con él mañana muy temprano». Nos preparamos y así lo hicimos. A la mañana siguiente, bien temprano llego a su casa en Los Ruices Sur, saludo a los amigos de seguridad y me dicen: «El Jefe ya te está esperando», me apresuro, me dice: «Deja tu carro aquí, vente conmigo, vamos a desayunar» y partimos a desayunar. Apenas entramos al restaurante y nos sentamos me dice: «Quiero que seas el próximo presidente de Cordami, quiero que te dediques a atender a todos los campesinos de Miranda, no importa de qué color político sean, si votaron por mí o no, lo importante es que sean campesinos, esa será tu labor y no te metas en “política”, eso me toca es a mí, tú dedícate a tu trabajo por los campesinos de Miranda».

 

Había muchos rumores que yo podría ser designado en esa posición, pero lo dudaba porque nunca había intercambiado una sola palabra con él, salvo las del día anterior, además, no era militante del partido en el estado, sin embargo, allí, en ese momento, comencé a descubrir en lo personal, a ese dirigente político que era bien auténtico y que realmente se preocupaba por la gente, que no era discurso. Pedirme que atendiera a todos por igual, con los niveles de egoísmos tan altos que se vivían y aún persisten en la gestión pública de mi país, era, por decir lo menos, una posición muy honesta sobre el servicio. Entendí el mensaje y comencé a trabajar así.

 

Los primeros días de trabajo como miembro de su gabinete fueron de mucho aprendizaje; toneladas de CV comenzaron a llegar a mi mano, personas que se acercaban en cualquier documento para que les atendiera y resolviera su situación; funcionarios que me decían que el gobernador los había autorizado, para dedicarse solamente al proselitismo político. En fin, abrumado estaba por las prácticas clientelares típicas de nuestros países. Pero llegó mi primer día de rendición de cuentas con él. Al final le comento la situación, se sonríe y me dice: «Debes estar enredado con todo eso, no te preocupes, recuerda esto: dedícate a hacer tu trabajo, a la tarea que te encomendé». Recibí el mensaje, así lo hice. Por cierto, nunca me pidió que hiciera algo particular por nadie y me permitió desarrollar una política de recursos humanos, de talento, de la cual siempre me sentiré muy orgulloso.

 

A mi memoria llegan muchos momentos, todos señalándome y hablándome del amor que el gobernador Mendoza tenía por su trabajo. En una ocasión me contó la anécdota de cómo siendo concejal suplente en su querida Petare, se convirtió en presidente del Concejo Municipal, donde luego llegó a ser su primer alcalde electo por votación popular, y de allí continuó su carrera de servicio en todo el estado Miranda como gobernador, reelecto varias veces.

 

Pero quiero relatar mis dos últimos encuentros con él, el primero a comienzos de 2005, pocos meses después de que «perdiéramos» las elecciones regionales en Miranda, y uso las comillas porque fueron dudosos muchos de los votos que partidos tradicionales de izquierda obtuvieron en esa elección, pero también porque los habitantes de la zona metropolitana del estado decidieron, o no votar,o incluso votar por el candidato del gobierno nacional, como me lo dijo un familiar cercano: «Porque él había entregado el referéndum revocatorio» y para que yo supiera lo que era estar desempleado porque su esposo se había quedado sin trabajo por el paro petrolero, parte de esa historia de nuestra política, y quizás de todos los países, en donde priva el interés personal por encima del común.

 

Esa primera vez me invita a conversar el siguiente domingo en una pequeña hacienda en los Valles del Tuy. Lo hicimos por varias horas. Solo estuvimos él, otro director de la gobernación y yo. Conversamos de muchos temas, parecía que quería desahogarse, hablar, como decimos, «a calzón quitao». Nos contó que, con las recientes lluvias e inundaciones de Miranda, como siempre lo hizo, se preocupó mucho y llamó a varios amigos para pedirles agua mineral y alimentos para enviar a Barlovento. Le dijeron que no, porque esa gente lo había traicionado y no votaron por él después de todo lo que hizo por ellos. Él, con el rostro acongojado, nos dice: «Tuve que mentirles y decirles que estaba bien, que me dieran las donaciones para enviarlas a la zona de Araira, pero allí las transbordé a otros camiones y mandé todo eso para Barlovento, esa gente necesitaba esos suministros, no les guardo rencor por no haber votado por mí, eso no tiene nada que ver con la necesidad que tienen y la falta de atención del gobierno con ellos». Ese era él, bondad y servicio por la gente necesitada.

 

La segunda ocasión ocurrió en 2012, cuando llevé a mi hijo, Josué Ignacio a Caracas, porque su abuela lo había invitado a pasar las vacaciones de verano con su familia. Al llegar lo llamo y le digo que sabía lo ocupado que estaba, pero que si tenía tiempo me gustaría verlo para saludarlo. Respondió emocionado y me invitó a almorzar en un restaurante de El Bosque, «Porque está cerca de Cujicito, te acuerdas, de la casa de Copei». Claro que recordaba esa casa, la que tantas veces visité, desde la cual, Rafael Caldera pronunció aquel discurso de derrota de 1983: «El pueblo nunca se equivoca». Pues la historia, incluyendo la de mi amigo Enrique Mendoza, me dice que sí.

 

En esa segunda ocasión volvimos a conversar sobre muchos temas, casi todos políticos, sino es por su curiosidad de saber cómo me iba en Canadá, qué estaba haciendo, cómo me sentía, cómo estaba mi familia y, por supuesto esa pregunta que muchos nos hacemos, si pensaba regresar alguna vez al país. Recuerdo que me dijo: «Josué, vas a hacer falta porque la democracia la vamos a recuperar y gente como tú tiene que regresar para ayudarnos a reconstruir el país». A pesar de siempre haberlo pensado, allí me comprometí con él que así lo haría y así lo haré.

 

Quiero cerrar estas líneas con la anécdota de una conversación que tuve, la recuerdo muy bien, en la Tienda Campesina de Cordami, en la sede de la institución. Me acerqué al mostrador a saludar a una persona que había llegado de visita y había sido el director de administración. Me dijo que era amigo de Enrique desde hacía muchísimo tiempo y que un día le preguntó: «Enrique, de dónde sacaste eso de nombrar a Josué como presidente de Cordami, él no es del partido en Miranda, no es de Barlovento, no es agrónomo, no tengo idea de por qué lo hiciste. Sabes que me respondió, me dijo: “En Barlovento a nadie, en más de doscientos años, se la había ocurrido montar una chocolatera para los cacaoteros, para darle mayor valor a su cacao, a él se le ocurrió esa idea, ya vas a ver que va a inventar más cosas para los campesinos de Miranda, tengo confianza en él”».

 

Y lo demostró. Me dio la confianza para poder crear, para poder realizar una gestión que brindara servicios a los pobladores de todas las zonas rurales del estado Miranda. Pasamos a contar con más de dieciocho proyectos productivos y educativos, todos y cada uno exitosos, en donde la participación directa de los ciudadanos era fundamental. Apalancados en la iniciativa que mis amigos de la Fundación de Desarrollo Social del estado Miranda (Fudesem) había logrado desarrollar, gracias al apoyo de Enrique Mendoza, Carlos Ocariz, José Luis Mejías, Monica Döhnert, Irene Chávez, Eliacib Villanueva y muchos, muchos más, lograron de la participación ciudadana, una ley efectiva para la transferencia de recursos a las comunidades. Así gobernamos Miranda.

 

Faltan muchas líneas para seguir contando anécdotas, más historias hermosas de lo que fue la labor, el amor, el servicio público que le brindó Enrique Mendoza a Petare, a Miranda, a Venezuela. Pocos saben la tarea que nos encomendó de pensar en trabajar con expertos venezolanos del Banco Mundial y el BID, para estar listos para el día después de la derrota de Chávez en el referéndum revocatorio. No ocurrió, pero como hombre dedicado al servicio público con mucha sapiencia política, sabía que teníamos que estar preparados.

 

Ese es el Enrique Mendoza que siempre voy a recordar, a respetar, a querer. Al político, a la persona, al ser humano que dedicó su vida al servicio de la gente, porque su consigna era su vida…

 

¡Trabajo, Trabajo y Más Trabajo!

 

Gracias por la confianza, mi querido Gobernador Mendoza.














Comentarios

Arinda Paiva dijo…
Que relato tan conmovedor, así era Enrique, se me nubarrón los ojos leyendo.tu crónica, notaremos todos su ausencia física, QEPD

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