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Una navidad, un negocio y una carrera

#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabíaContado

 

A comienzos de los 80, década de muchos, pero muchos recuerdos, vivíamos en Caricuao, Caracas, específicamente en la Terraza Canagua de la UD4. Mamá tenía sus tiendas en Metro Mercado Capitolio y todos sus hijos éramos empleados temporales para los días de las ventas locas navideñas. Pero en 1981 o 1982, no lo recuerdo bien, decidí emprender mi propio negocio para el 24 en la noche: la venta de fuegos artificiales. Hoy en día cuando lo recuerdo estoy bien seguro de que ese espíritu emprendedor me venía por mamá; siempre pendiente de producir, de hacer negocios.

 

Esa navidad, en un momento cualquiera, me acerqué a los alrededores de la plaza El Venezolano y la Avenida Universidad, allí estaban todos los vendedores detallistas y mayoristas de fuegos artificiales. Con el dinero que mamá me pagaba semanalmente, decidí invertirlos en comprar traqui-traqui, luces de bengalas, silbadores, siete colores y quién sabe que otros productos. Lo que es bien cierto es que quería aumentar mis ingresos de esa navidad.

 

Negocié mejores precios por estar comprando al mayor y lo logré. Hice mis compras y las almacené en casa, esperando al 24 para bajar a la placita de los edificios y ofrecer mis productos. Era el único que lo iba a hacer, así que sería fácil poder salir de toda mi mercancía. De todo mi plan, nunca evalúe: riesgos de seguridad al manejar productos pirotécnicos. Tema importante y que, como leerán más abajo, afectó mi utilidad.

 

Listo con mi mercancía, la noche del 24 llegó y con ella el día de venta de mis productos. Ya todos sabían que lo iba a hacer, de hecho, hice algunas ventas antes de la fecha; los amigos iban al apartamento a hacer sus compras. Eso ayudó a vender más de la mitad de mi inventario. Me acerqué con mi mercancía y empecé a vender, se me acercaban, preguntaban qué tenía, más bien que me quedaba. Los más pequeños iban con sus padres a comprar luces de bengalas, los más adolescentes querían productos más explosivos, ‹‹tienes tumba ranchos, tienes cohetones››, me decían. Nada de eso, lo de sonido más fuerte que ofrecía era los conocidos ‹‹fosforitos››.

 

La venta iba de lo mejor, yo contento porque le estaba sacando provecho a los ahorros que hice con mi salario en las tiendas de mamá, pero de pronto llegó uno de los momentos que más recuerdo de mi vida de comerciante: la explosión de mi ‹‹centro de operaciones››, es decir de la bolsa donde guardaba todo mi inventario.

 

Resulta que uno de los muchachos, como otros, le gustaba lanzar los silbadores, esos que al encenderlo salían volando, haciendo un silbido bien sonoro, pero con rumbo errático, de un lado a otro, sin destino predecible. Pues resulta que estábamos un grupo conversando y de pronto uno de ellos grita duro: ‹‹¡silbador!›› y al voltearnos lo vemos lanzando al aire un silbador que, para mi mala suerte, voló directamente a mi inventario y no me tocó más nada que lanzar la bolsa al aire y grité: ‹‹¡a correr carajo!››.

 

La cara de todos era de susto y arrancamos a correr, nadie quería ser alcanzado por un silbador, siete colores, fosforito o cualquier otro producto. Pasaron unos minutos, quizás no tanto, pero para nosotros, en ese momento fue una eternidad. Esperamos hasta que la bolsa dejó de brincar o, mejor dicho, explotar. Llegó la calma y nos volvimos a reagrupar alrededor de la placita. Los primeros comentarios fueron: ‹‹pana, que suerte, menos mal que no pasó nada››. Otros, ya transcurridos varios minutos comenzaron a reírse a carcajadas; obvio que el miedo, el susto, ya había sido superado.

 

Al principio me sentí mal, mi inversión había, literalmente, explotado. Me aparté un poco y revisé el capital que tenía. En ese momento, sin contar lo que había vendido con anterioridad, tenía en mi poder más del doble de mi inversión inicial. Imagino que disminuyó mi preocupación y regresé con mis amigos. Todos nos reíamos y nos acusábamos unos a otros de las carreras de cada uno. ‹‹Fulano si es miedoso, salió pirado… Fulano fue peor››.

 

Y así, luego de haber visto desaparecer todo mi inventario final en una nube de humo, luces, ruido y explosiones, seguimos disfrutando de una navidad que nunca olvidaré.











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