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Con la pluma y con el frac, un hermoso regalo de papá

#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabiaContado

 

A comienzos de 1991 leí en el diario El Nacional un aviso publicado por la embajada de Francia en Caracas, invitando a participar en un concurso que ofrecía becas del Instituto Internacional de Administración Pública de París, para un curso de postgrado. Emocionado, decidí acercarme a la embajada e investigar un poco más sobre la oferta. Me postulé y de inmediato comencé a tomar clases en la Alianza Francesa de Chacaíto para poder presentar el examen de francés.

 

Avanzado un mes en el curso, le comenté a mamá sobre mis intenciones y ella pregunta: “¿cuánto tiempo dura el curso?”, le respondí: “dos años”, ella: “vaya, muy bien, entonces quiere decir que te vas y nos vas a dejar a tus hermanos pequeños y a mí por todo ese tiempo”. No le respondí, y me quedé con ese comentario rondando en mis pensamientos por unas cuantas semanas más, hasta que un día me sentí culpable y decidí no continuar con el proceso para optar por la beca.

 

Avanzado el año, mi amigo Carlos Alberto Escalante —“Beto”, como algunos le decíamos de cariño— decide casarse e irse a Washington DC a trabajar con un reconocido consultor de campañas electorales, el recientemente fallecido Ralph Murphine, y crean el Interamerican Institute of Practical Politics. Un día conversando con él, me comenta de su viaje, de sus planes, y me ofrece realizar una pasantía en el instituto. De nuevo me entusiasmo con la idea de tener la oportunidad de salir de Venezuela y me animo. Decidido, esta vez solo le comento a papá y él, conociendo la experiencia frustrada del viaje a Francia, me dice: “No le comentes a tu mamá ni a nadie, mucho menos a Romelia (su esposa), yo te voy a echar una mano”. Y así lo hicimos. Comenzamos los preparativos.

 

Como era empleado del Consejo Supremo Electoral, solicito un permiso no remunerado por un año, retiro un alto porcentaje de mi cuenta en la Caja de Ahorros de los empleados y papá me regala —muy contento—, el boleto aéreo. Todo estaba listo para partir en marzo de 1992.

 

En diciembre de ese año somos invitados a la boda de una prima en San Cristóbal y en plena fiesta le comento a mamá: “me voy de viaje a visitar a Beto en los Estados Unidos, a Washington DC”, me responde: “que bien, ¿te vas de vacaciones?”, mi respuesta: “no me voy de vacaciones, voy, en principio, por unos seis meses, pero muy probablemente por más tiempo, todo depende de una pasantía que voy a realizar” y ella inicia de nuevo su discurso sobre mis hermanos pequeños, y la detengo: “mamá, no te va a funcionar esta vez, ya tengo los boletos comprados, me voy en marzo, todo está listo”, se quedó sin respuesta... Y seguimos disfrutando de la fiesta.

 

Semanas antes del viaje ocurre la intentona golpista del 4 de febrero de 1992, crisis política en Venezuela, gobierno de coalición, y el presidente Carlos Andrés Pérez designa como ministro de Relaciones Exteriores a Humberto Calderón Berti. Pocas semanas después de mi llegada, el domingo, 5 de abril, ocurre el conocido “Fujimorazo” y seguidamente la OEA convoca a los cancilleres de sus países miembros a una reunión en Washington DC y, por supuesto, a ella acude Humberto Calderón Berti.

 

Al terminar la reunión, soy invitado a saludar y conversar con Calderón Berti, lo había conocido y apoyado en varias de sus actividades en el partido político Copei. Al final de la conversación él me ofrece, conociendo que era egresado de la escuela de estudios internacionales, ingresar al Servicio Exterior venezolano. Y así lo hizo, conversando con el embajador Guido Grooscors deciden que podría ser designado ante la Misión Permanente ante la OEA y en junio de ese año ingreso como tercer secretario.

 

Regreso a Caracas a pasar la navidad de 1992 y papá me espera con un regalo. Me contó que antes de mi viaje se acercó a la conocida librería del Pasaje Zing “La Pulpería del Libro”, y conversó con Rafael Ramón Castellanos, su dueño. Muy orgulloso le comentó que su hijo acaba de ingresar al servicio exterior venezolano como diplomático y que quería hacerme un presente que fuera significativo. Rafael Ramón le respondió: “debe regalarle la biografía de Tomás Polanco Alcántara sobre unos de los hombres más importantes de nuestra historia diplomática, la de Caracciolo Parra Pérez”. Y papá la compró.

 

Así, papá me sorprende en mi visita a Caracas con un ejemplar de la edición del Banco de Venezuela de 1982 del libro de Polanco Alcántara: “Con la pluma y con el frac: rasgos biográficos del dr. Caracciolo Parra Pérez”.

 

Hoy, 1 de diciembre de 2020, se cumplirían 79 años del nacimiento de papá. Por eso, en este relato quiero felicitarlo y también agradecerle por ese amor que siempre me brindó, pero también por esa preocupación que siempre tuvo por motivarme a ser honesto, educado y, sobre todo, preocupado por ser un buen venezolano, más aún si lo hacía siendo un servidor público, como él lo fue casi toda su vida. Por eso hoy quiero cerrar estas líneas con la dedicatoria que me ofreció en ese hermoso libro:

 

“Para mi querido hijo Josué Ignacio, deseándole el mejor de los éxitos y que Dios le conceda la dicha de desempeñar los más altos cargos dentro de la diplomacia venezolana, en bien propio y de la patria. De tu padre: Antonio Josué. Caracas, navidad de 1992”.

 

Bendición papá, ¡Gracias!


































Comentarios

Unknown dijo…
Excelente tu relato, muy conmovedor todo lo que tiene que ver con nuestro padre.. él siempre tan oportuno en sus consejos.. yo de mi parte lo extraño muchísimo...
Ces dijo…
Excelente amigo Josue. Muchas gracias por compartir este tremendo relato de tu vida, y la importancia de los padres siempre apoyen as sus hijos en sus sueños.

César.
EDu ARdo dijo…
Mi pana Josué, Saludos desde aquí
Un abrazote grande mi pana

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