#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabiaContado
Como siempre, el lunes, 20 de junio de 1994 llegué temprano a mi oficina, pero unos minutos después recibí una llamada. Me extrañó porque se suponía que la persona que la hacía estaba trabajando y nunca llamaba a esas horas. “Ya viene María Victoria”. Comenzaban las horas regresivas para el nacimiento de mi primogénita. Me llené de emoción, me acerqué al despacho de mi jefe, el embajador Guido Groscors, y le comenté que había llegado la hora de ser papá.
Fueron casi tres días de espera, con algo de angustia, que no era preocupación. Era algo así como: por qué no termina de nacer… En fin, dos días después, luego de tanta espera, ese miércoles se decidió que ya era hora, ingresamos al Inova Fairfax Hospital, en Virginia, uno de los mejor equipados en ese momento en EE. UU., y el doctor le dijo a la mamá: “a caminar”, y así lo hizo, pero nada que María Victoria se decidía.
Dentro de toda esa preparación que tuvimos durante el embarazo, decidimos hacer el curso de respiración para el dolor de parto de Lamaze. “Respira, respira, cuenta del 1 al 10, respira, respira”. La idea era no tener que usar anestesia, evitarla. El parto se estaba atrasando, las contracciones necesarias no ocurrían como debían; lentas, muy lentas. Como nada ocurría, nuestro médico decidió aplicarle Pitocin y allí todo se aceleró, cambió todo. Monitoreo de contracciones y de los latidos del pequeño corazón acelerado de María Victoria. Parecía que arrancaba una carrera a toda velocidad de las contracciones. Se acercaban una a otra y con mayor intensidad, ahora se sentían… y comenzó el dolor.
En pocas horas, después de tanta espera, se acercaba el momento y con ello cambió la cara de la mamá. De unas expresiones de tranquilidad, pasamos a una cara de pocos amigos. De pronto, en uno de esos momentos que le dije respira “respira, vamos a contar del 1 al 10”, me respondió, sin ser una persona grosera ni mucho menos: “que coño de respiración chico, diles que me pongan la anestesia…”.
Hablé con nuestro médico y llamó al anestesiólogo. Entró y dijo “Por favor, sálgase de la habitación”; salí y luego de unos minutos, muy pocos, regreso y ella me recibe con una sonrisa. “¡Hola!”. Por supuesto que me sorprendió lo rápido. Bien por ellas, Mamá e hija.
Bueno, después de más de 80 horas preparándonos para su llegada, mi hija María Victoria nació ese miércoles, 22 de junio de 1994, cerca de las 9 de la noche. Para mí, toda una experiencia. Allí mismo la neonatólogo la atendió. Niña hermosa y sana. Todos contentos, padres, abuelos, bisabuela, médicos, enfermeras, personal del hospital. Cerca de la media noche nos fuimos a la habitación asignada para descansar. Después de pasar esos días con la angustia de la espera, quedamos rendidos, nos dormimos casi de inmediato.
Al rato, no habría pasado mucho tiempo, muy pocos minutos, en mi sueño escucho a una bebé llorar. La escuchaba allá, distante. Recuerdo que me decía “esa niña no para de llorar, alguien debería atenderla…”. Me di cuenta de que era María Victoria, mi hija, que apenas tenía horas de nacida. Me paré, la Mamá sonriendo me dijo: “tiene hambre, tráemela”; y me di cuenta de que a partir de esa noche cambiaría mi vida.
De esa noche casi han pasado 26 años y mi vida cambió. Hoy María Victoria es una psicóloga recién graduada y con honores. ¡Bravo hija!
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