#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabiaContado
#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabiaContado
Cuando María Victoria cumplió sus seis años, en el 2000, su mamá me dijo: “no es sano que María Victoria esté sola, ya es hora de que tenga un hermanito”. Yo estaba cómodo solo con mi hija, pero pensé: “ella tiene razón”, así que decidimos tener un segundo crío.
Tomada la decisión, a los meses quedó embarazada y comenzamos a buscar un médico que nos apoyara en ese camino. Consultamos a mi querido amigo médico y escritor, Juan Manuel Morales, que además trabajaba en la maternidad Concepción Palacios, y nos recomendó al doctor Antonio Changir.
Changir tenía su práctica en la Clínica Leopoldo Aguerrevere y allí comenzaron las consultas. Mensuales, al comienzo, luego lo normal, más seguidas. Eran tardes en las que ambos nos acercábamos a conversar acerca del desarrollo del embarazo, cómo marchaba, cómo estaba el bebé que venía en camino… pero, nada raro, también de las cosas que pasaban en el país. Changir supo, por supuesto, que hacíamos nosotros y se enteró que trabajaba con Enrique Mendoza, para ese momento gobernador de Miranda y líder de la Coordinadora Democrática. Eso nos dio “mucha tela para cortar”.
Una de las quejas de la mamá, con mucha razón, era: “pero bueno vale, venimos al control del embarazo o a que tú hables con él de política”. En el fondo me causaba gracia, pero tenía mucha razón. Casi siempre más de la mitad del tiempo de consulta era para la conversa entre Changir y yo.
Bueno, cercanos al momento de la llegada de Josué Ignacio y considerando lo que ocurrió con María Victoria, la tardanza para nacer, tomamos la decisión de hacerlo en una determinada fecha si el parto no ocurría. Así se decidió que ese día sería el jueves, 5 de abril, muy temprano, cirugía de cesárea a las 7:30 de la mañana.
Pero el día que tomamos la decisión, como siempre, yo estaba en la consulta y cuando él sugirió la fecha y hora, yo puse cara de preocupación. Me preguntó: “¿Qué le pasa amigo Ramírez?”, respondí “Nada Dr. Changir, es que ese día se inaugura el Puente de El Guapo”; sí, ese mismo puente que se llevó el embalse de El Guapo en diciembre de 1999 por la vaguada de ese año y que, en tiempo record y contra las adversidades, Mendoza logró reconstruir.
Me dijo: “Caramba amigo, bueno todavía quedan unos días, vamos a ver como van las cosas, a lo mejor ese muchacho nace antes de esa fecha…”.
Esa misma semana del plan, el lunes, 2 de abril, al terminar una reunión en Río Chico con unos empresarios chocolateros italianos para conversar sobre el cacao de Barlovento, le comenté al gobernador Mendoza que era poco probable que pudiera asistir a la inauguración del puente porque si Josué Ignacio no nacía antes, tendríamos la cesárea ese día. Me dijo: “Y no puedes hablar con el doctor para que te esperen, le puedo decir a Molina para que te lleve apenas terminemos el acto”. Molina era el comandante del cuerpo de helicópteros de la gobernación. Le respondí: “déjeme ver, esta noche tenemos cita con el doctor”.
Llegamos a la cita. Todo bien. El embarazo seguro, el bebé muy bien, a esperar para decidir qué hacer, pero casi seguro la cesárea. Le cuento lo conversado con el gobernador. Me responde: “Pues no se preocupe amigo, vamos a cambiar todo para ese mismo día a las 7:30 de la noche”. Le respondo: “Muchas gracias Dr. Changir”. La Mamá me vio con una cara de asombro y nos dijo: “¡Ya va, pero la qué va a parir soy yo, no él!”. Y quedamos para el 5 de abril a las 7:30 de la noche.
Ese jueves llego temprano a El Guapo. Converso con Molina apenas lo veo. Me dice: “claro, cuenta con eso”. Le pregunto: “¿Me llevas hasta la clínica?” y me responde “¡Estás loco! será para que pongan una multa, la que va a parir es tu mujer…”.
Y así ocurrió. Llegamos pasado el mediodía a Caracas, a La Carlota. Me dirigí a la Aguerrevere. La mamá entre molesta y contenta porque llegaba nuestro varón, me recibe. A la hora pautada nos fuimos al pabellón. Conocí los chistes, de esos que escuchas en cirugía. De pronto, la mamá dice por la anestesia: “no siento las piernas”, el anestesiólogo le responde: “ahora no vas a sentir nada” y se durmió. A los pocos minutos y viendo el hermoso trabajo de la cirugía, nació nuestro hijo y allí ella abrió los ojos. Emoción, ya pasó todo.
Y hoy, 19 años después, Josué Ignacio es un joven noble, hermoso, de carácter, con ganas de ser piloto comercial, sueña con querer volar, ese mismo sueño que tuve de adolescente y que nunca se lo había contado. ¡Vuela alto hijo, vuela!
Comentarios