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Aurelia, una camioneta roja y un alcalde preocupado

#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabíaContado


Aurelia Sutil es una mujer muy especial, amiga mía. Vive en Marizapa, una comunidad vecina de Caucagua, la capital del municipio Acevedo, entrada al pulmón vegetal, Barlovento, esa región del estado Miranda que tiene una humedad altísima todo el año; donde el tambor repica duro el Día de San Juan; en donde muchos de los que creen en espíritus y conversan con otros seres, se dan deleite; en donde usted puede encontrar uno de los mejores cacaos del mundo. Eso y mucho más, es Barlovento.


Allí llegué de la mano de mi amigo José Luis en 1999. Lo había cruzado infinidad de veces, viajando de Caracas al oriente de Venezuela, con paradas ocasionales, muy ocasionales, en La Encrucijada de Caucagua,  o El Guapo, o Cúpira. Jamás pensé que llegaría a trabajar allí, mucho menos a vivir. Allí la conocí, una líder comunitaria que se esforzaba por conseguir beneficios para sus comunidades y habitantes. Por lograr «justicia social». Básicamente por servir, nada más que eso.


Era funcionaria de la Fundación de Desarrollo Social, y su amigo, José Luis, quien había sido su jefe, acababa de ser nombrado presidente de la Corporación de Desarrollo Agrícola del estado Miranda, Cordami. Con este nombramiento también llegué yo. Nos conocimos, hubo mucha empatía entre nosotros, con un amigo en común, entramos rápidamente en confianza, pero más allá de la amistad en común que nos unía, estaba la vocación de servicio que ambos amábamos.


Pocos años después me tocó a mí presidir Cordami, historia que tengo que contar, y justo en ese momento, ella resulta electa concejal del municipio Acevedo y si mal no recuerdo, de forma uninominal  y con una alta votación. Aurelia era muy querida en las comunidades. Días después se acerca un día a mi oficina y me dice: «Josué, tienes que ayudarme, tú crees que me puedas dar un carro, este municipio es muy grande y la alcaldía no dispone de vehículos para nosotros los concejales, bueno por lo menos para mí». Le respondí que no tenía vehículos disponibles, que si así fuese,  lo haría con gusto, porque sabía que le daría buen uso.


No recuerdo por qué se me ocurrió, pero de pronto le dije: «Aurelia, esa camioneta roja está en el “suelo”, si la puedes reparar y poner a “rodar” te la cedo en comodato, hablamos con la contralora para que elabore el documento y listo». Me respondió con una expresión muy típica de la zona: «Sí va». Pues habló con uno de los mecánicos que empleábamos en Cordami, lo convenció de que la ayudara con la reparación, se fue a conversar con comerciantes y amigos y logró conseguir todos los repuestos necesarios para reparar y recuperar la camioneta. No pasaron muchos días cuando estaba en su camioneta visitando todas las comunidades de Acevedo brindando asistencia, desde su rol como concejal. Más de una vez nos cruzamos con ella en la carretera, recuerdo a mi compañero de trabajo, Moisés, decirme en una ocasión: «Señor, Josué, que bueno que le dio esa camioneta a Aurelia, como le ha servido para llegarle a la gente».


Unas semanas después, quizás meses, no lo recuerdo, me tocaba una reunión con mi jefe en su oficina de la sede administrativa de gobierno, el gobernador Enrique Mendoza. Al llegar, saludo a su equipo, al secretario general de Gobierno, el doctor Víctor Manuel Hernández, y me siento a esperar. A los minutos salen de su despacho, el alcalde del municipio Acevedo, Vicente Apicella, acompañado de otros concejales y miembros de su equipo de Gobierno. El alcalde me ve y me dice, sin saludar y tal cual lo recuerdo: «Ay, ya vas a ver, te van a armar tu peo». Yo sin entender nada me sonreí y en eso uno de los concejales me dice: «Mira, Josué, vamos a ver si te ríes después de que hables con Enrique». Confieso que me extrañó todo eso, y entro a la oficina del gobernador Mendoza.


Al entrar lo veo, suelta una sonrisa con ganas de convertirse en carcajada y me dice con mucha ironía: «Bueno, Josué, acabo de conversar con el alcalde y otras autoridades del municipio Acevedo y me manifestaron su preocupación porque estás otorgando bienes de la gobernación para que una concejal de ese municipio haga proselitismo político en contra del alcalde y su gente…». Quedé sorprendido por la acusación, pero para nada me sorprendió saber quiénes la hacían, e inmediatamente le respondí: «Gobernador, para nada me sorprende la acusación, en lo absoluto. Créame que estoy contento por esta coincidencia, la presencia de ellos y la mía casi al mismo tiempo, frente a usted».


Y le comento: «Gobernador si algo tengo claro es lo importante de cuidar mi gestión al frente de Cordami, de no cometer errores que se puedan convertir en delito, primero por mí, y luego por usted, por la confianza que depositó en mí al nombrarme al frente de la Corporación. Lo de Aurelia fue consultado con la contralora y se hizo con el debido proceso, decidimos darle en comodato para su uso oficial una camioneta que estaba fuera de servicio y que ella reparó; usted sabe que Acevedo es un municipio eminentemente agrícola, por eso lo hicimos, usted la conoce, ella es una gran servidora pública, con mucha sensibilidad social, por eso lo hicimos». Me dice: «Claro, conozco muy bien a Aurelia».


Luego le digo: «Gobernador, lo insólito de todo esto, no es que me acusen de peculado o algo parecido, lo insólito es que ese alcalde, los concejales de su equipo, y los directores de su Gobierno le tengan tanto miedo a Aurelia, una mujer, otra concejal más, que solo hace su trabajo, que anda todo el tiempo, día y noche, sola, recorriendo y trabajando por sus comunidades, ella está haciendo su trabajo y me siento muy orgulloso de poderla ayudar. Y me da tristeza ver el egoísmo de estos señores, no valen la pena».


Me responde: «Cuando te ofrecí la presidencia de Cordami te pedí que no te metieras en política, que te dedicaras a apoyar a todos los campesinos sin importar su color político, que ese era tu rol. Apoyar a Aurelia es apoyar a los campesinos de Acevedo, bien hecho por ti y por ella, porque muchos confunden la política, no saben qué es hacer gobierno, no saben que nuestro deber es servir a la gente. No le prestes atención a ellos, mientras lo hagas correctamente, para mí está muy bien lo que están haciendo».


Seguimos conversando sobre el punto de cuenta que tenía ese día y al salir de su oficina reiteré lo muy orgulloso que me sentía y todavía siento de trabajar con él, de poder apoyar a mi amiga Aurelia sin dificultad y de saber que esas son las acciones que uno podrá recordar toda la vida con mucha satisfacción, brindar servicio, hacer lo posible para que todos podamos hacerlo desde cualquier posición de poder o de gobierno.







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