#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabíaContado
Cuando tuve mi primer encuentro con él, como nos ha ocurrido casi a diario desde que empezó esta pandemia, a través de una conferencia vía Zoom, noté en él y su esposa algo muy especial. Confieso que toda mi vida he sentido un respeto profundo por todos aquellos que han dedicado su vida a la academia, a la vida universitaria, a compartir conocimientos, más aún con aquellos que también ofrecen ese conocimiento y lo comparten más allá de las aulas. Raúl era uno de esos personajes que llamaban mi atención, que despertaban mi curiosidad y, debo confesarlo, mi secreta admiración.
El primer encuentro personal, con los dos, ocurrió casi llegando a Bucaramanga en ese viaje que es de aquellos momentos de tu vida que te cambian, que te enseñan, que te dicen que vale la pena vivir intensamente. Nos conocimos apenas un día después de haber aterrizado allí. Adriana, mi querida Adriana, mujer muy inteligente, dispuso para que los conociera como ella sabe hacerlo, en su casa, en su hermoso patio, espacio agradable. Conversamos largo rato. La fundación que nos unía de alguna manera; Canadá, mi segundo país, mi casa; Colombia, su país que me recibía y del cual quiero escribir con humildad. Una velada como pocas. Días después Raúl y Marcela deciden dar gracias por la primera velada y nos invitan a su casa. Volvió a ocurrir lo grato del primer encuentro.
Algo curioso para mi: en ambos encuentros estuvimos limitados por el «toque de queda», por las limitaciones de seguridad que nos ha impuesto la pandemia y que han desarrollado las autoridades en Colombia para lograr un control de la propagación.
Al pasar de los días mi historia en Bucaramanga transcurre hasta un momento en que por razones que quizás luego relate, me llevan a irme a Medellín, pero que pocas semanas después me llevan a regresar.
Un día estando ya de regreso en Bucaramanga, caminando por sus calles, como lo hice cantidad de veces, pienso en las ganas que tenía de volver a encontrarme con Raúl y Marcela. Solo lo pensé. Me encantaron desde el primer momento, más aún en persona. Pasaron apenas unas pocas horas, tal vez dos, y de pronto estando en casa siento ganas de ir a la tienda que tenía cerca, entro y, creo mucho en el destino, en tus deseos al universo, allí estaban los dos, Marcela y Raúl. Los saludo y de una vez les digo: «que bueno verlos, me gustaría que nos reuniéramos». Me dicen que si y ese fin de semana estaba en su casa, conversando y pasando una tarde muy rica.
Raúl fue un tipo extraordinario. Tenía un carácter bien afable, provocaba conversar con él, era muy culto y humilde a la vez. Podías estar con él horas y horas conversando, porque además tenía un humor hermoso, agradable, de esos que te permiten pensar porque su verbo era agudo. Así recuerdo a Raúl.
Días antes de regresar a casa, a Calgary, tuve la oportunidad de compartir nuevamente con él en casa de mi Adriana. De nuevo su humor, su palabra cargada de sabiduría, del tipo que sabe lo que dice, como lo dice. De aquel que tiene talento. De quien sabes es honesto.
Adriana decide hacer una pequeña reunión en El Bazar de Madam Sagá para despedirme de los amigos. Llegaron los invitados. Faltó Raúl. Pregunto por él y Marcela me comenta que se siente «malito», que prefiere no venir. Le digo que lo voy a extrañar y hace una video llamada, ya saben, hoy es muy normal. Conversamos breve y le digo que lo voy a extrañar, que hace falta en la reunión, ríe y me dice que espera que regrese pronto para volvernos a ver.
Ya a punto de regresar a casa decido enviar mensaje a aquellos que conocí todos esos días, Raúl incluido. Me responde con una foto «Amigo, aquí en la clínica». No volvimos a conversar. Me enteré de su evolución. Hoy acaba de fallecer. Se fue Raúl.
No pensé ser tocado de cerca por este virus. Con esa forma tan agresiva que tiene, de arrebato, sin darte tiempo. Hace pocos días murió el papá de mi hermano. Dos personas cercanas a mi, en tan pocos días.
Con Raúl parte un amigo. Parte una persona estupenda. Parte uno de esos seres que te tocan y dejan en ti esa esperanza de saber que existen. Confieso que me ha dolido, mucho, profundo.
Raúl, solo me queda dar gracias por la oportunidad de haberte conocido.
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