“No tiene nada que ver con usted. El propósito de su vida es excesivamente mayor que su realización personal, que su paz mental, e incluso que su felicidad. Es excesivamente mayor que su familia, que su profesión y que sus mayores sueños y ambiciones. Si quiere saber por qué fue puesto en este planeta, tiene que empezar con Dios. Usted nació debido a Su propósito y para Su propósito”.
Sí, con esa afirmación tan sencilla comienza Rick Warren el primer capítulo de su libro La Vida Conducida por Propósitos ¿Para qué estoy aquí en la tierra?, o como comúnmente lo llamamos, Una Vida con Propósito.
Cuando conocí a Edgardo Lacera, mi Pastor y Amigo, me encontraba en uno de los momentos más difíciles de mi vida. Recuerdo que lo llamé y le dije, a propósito de sus talleres para parejas “Matrimonios a Prueba de Fuego”, que me gustaría compartir con las parejas que trabajaba, mi experiencia, los errores que había cometido, contarlos, para que los hombres escucharán de uno, de mí, que se sentía sumamente arrepentido de lo que había hecho.
Nos encontramos en un café para conversar unos 20 minutos porque ambos estábamos sumamente apurados, él en su lunes de descanso y dedicación a su familia, yo como excusa para no dejarme “convencer” o darle mucha cancha a un Pastor evangélico de que me convenciera. Terminamos hablando más de una hora. Si, más de una hora. Que conversación tuvimos esa tarde. Recuerdo que terminamos con una oración, Oración de Fe y Entrega, en la cual Edgardo le pedía a Jesús, nuestro Salvador, que me ayudara a encontrar su camino, a que yo me dejara encontrar por El.
Cuando nos despedimos quedamos en seguir conversando. Yo tenía previsto viajar a Venezuela en los próximos días, al regresar nos volveríamos a ver. En el viaje a Venezuela comencé a sentir algo extraño. Por alguna razón que ahora entiendo, sentí un enorme deseo de buscar, conocer canciones con letras cristianas. Como nada pasa por casualidad, mi hermano Frank me dijo: viejo esas canciones son demasiado buenas, a mí me fascinan, me han dado mucha paz.
Yo no tenía idea del enorme cambio que se acercaba en mi vida, no me imagine jamás, en ese momento, lo que estaba por ocurrir. No sabía que estaba por descubrir el Propósito de mi Vida.
Al regresar a Calgary, al aterrizar, regresó la tristeza que había olvidado un par de semanas atrás. En pocos días cumpliría 44 años. La alegría de ver a mis hijos, de ver a quien fue mi esposa por muchos años, apartada, fue suficiente. Esa tristeza se volvió a apoderar de mí.
Una tarde cualquiera Edgardo me hace una invitación. Me pide que lo acompañe a una reunión de hombres, a un taller para hombres en el cual, él pensaba, yo podría participar. La verdad que me llamó muchísimo la atención. ¿Reunión de hombres? ¿Taller para hombres? No lo entendí.
Esa tarde en casa de Ovidio ocurrió algo maravilloso. Me encontré con personas de lo más amables, comprensivas. Dispuestas a escuchar, a compartir. Fabián, Ovidio, Euclides, Engelbert, Edgardo. Todos conversaban, hacían comentarios bien interesantes. Tuve la valentía de abrir la boca. Lo primero que dije fue “…estoy interesado en participar en el taller que están organizando pero les pido me respeten mi convicción religiosa, mi espiritualidad…”. Por supuesto que ninguno de ellos, incluyendo el mismo Edgardo, se opusieron a mi petición. La respetaron. Recuerdo que Euclides dijo “este taller solo busca mostrarte para que fuimos hechos, cuál es el propósito para el cual Dios nos creo, no es para convencerte de nada, Josué”.
Allí, con mucha valentía, igual que Papá, me exprese con lágrimas profundas delante de ellos. Me quebré. Expresé muchos deseos de superar lo que me estaba pasando, lo que estaba viviendo. Les hable de esa necesidad espiritual que aumentaba día tras día. De las ganas enormes de realmente conocer a Dios, de encontrarlo. Les conté de la búsqueda en amigos que aprecio por sus convicciones religiosas, por su formación. No lo había encontrado.
Edgardo me dijo “Josué, este taller no es para convencerte de nada. No sigas buscando a Dios, deja que El te encuentre. Abre tu Corazón para que eso ocurra. El te va a encontrar si tu lo quieres en tu vida”. Ese fue mi primer encuentro con Rick Warren, con Una Vida con Propósito.
La semana siguiente comencé mi taller. Para mi sorpresa, con puros “muchachos”, con pura gente joven. Yo era el más viejo de todos. Mi primera pregunta: no les parece que es demasiado egoísta Dios cuando pide, cuando nos dice, que nuestra vida ha sido creada para dedicársela a Él.
Richard, tan joven como brillante en conocer la Palabra, me dijo: no Josué, al contrario, debemos estar muy agradecidos que así nos lo pida nuestro Padre, sin mezquindad ni arrogancia, porque no te obliga, te da la libertad de que tu decidas amarlo y hacer su voluntad, por eso envió a su hijo el cual, con su sangre y por ti y por todos nosotros, lavó todos nuestros pecados mucho antes de que nosotros naciéramos.
Me quede atónito. ¡Libertad y Responsabilidad! Cómo era posible que esas mismas palabras, que había escuchado en 1989, hacía ya bastante tiempo, volvían a mí pero esta vez con tanta claridad que me llamaban a tomar una decisión, la decisión: abrir mi corazón y permitir que Jesús me encontrara.
Así empezó mi primera sesión. Las que siguieron a lo largo de 40 días, acompañado de Richard, Juan, Alberto y Jean Carlo, fueron cada una más ansiada que la otra. ¿Para qué estoy aquí en la tierra? Para qué fui planeado; para qué fui formado; ser como Cristo; servir a Dios; mi Misión. Todas y cada una de ellas discusiones hermosas a partir de la lectura del libro de Rick Warren, con sus excelentes referencias a la Palabra, a citas de otros autores, de citas de experiencias o comentarios de personajes como la Madre Teresa de Calcuta, y de las discusiones con la guía de estudio que disfrutábamos después de ver el video. En definitiva, unas sesiones que me permitieron, que me ayudaron a entender y a encontrar ese Propósito para el cual fui creado.
El libro de Warren, ya para 2007, había sido traducido a más de 56 idiomas y había vendido más de 30 millones de copias. ¿Cuántas habrá vendido hasta hoy? Muchos millones más, es lógico pensarlo. ¿Criticado? Tal vez. Pero la importancia del libro no radica en cuántas copias se han vendido o a cuántos idiomas se ha traducido. La importancia de su lectura, de su estudio, está en la oportunidad que nos permite de entender, conocer, por qué estamos acá en la tierra. Por qué fuimos creados.
Debo confesarles que 2011 es, para mí, el año en el que considero volví a nacer. No ha sido fácil. Mucha tristeza viví. Mucho desvelo. De todo pasó por mi mente. Me sentí como preso en mi mismo, en mi pasado, en mis errores, en mis temores, en mis pecados. Dudas aún persisten. Todos y cada uno de los días es una batalla. Pero hoy esa batalla la doy con gusto. A partir de esos 40 días, de la lectura de Warren y de comenzar a leer con Amor la Palabra, de esas tardes-noches de conversaciones y discusiones, decidí dejarme encontrar por Cristo. Decidí comenzar a disfrutar y vivir los Servicios de mi Pastor Edgardo Lacera, a quien agradezco muchísimo el haberme acompañado, haberme guiado y orientado como nadie lo había hecho nunca antes. De su mano decidí disfrutar las Alabanzas a mi Padre. Si, decidí Alzar bien en alto mis brazos para Alabar a Dios, a nuestro Padre, para sentir como el Espíritu Santo me abraza y me llena. Decidí llevar mi vida en Cristo, ello a pesar de las dudas que tuve durante tanto tiempo. Aún recuerdo las palabras de una muy querida y apreciada amiga cuando me dijo: ya lo veré, levantando las manos, cuando eso ocurra entenderás lo que significa recibir a Cristo en tu vida.
Hoy terminé, acompañado de Omar, Juan Carlos, Juan, Alex y Oswaldo, mi trabajo de Grupo Pequeño de Una Vida con Propósito. Esta vez apoyando al Pastor Edgardo en la tutela del Grupo. En cada sesión siempre hay un nuevo aprendizaje. En cada nuevo grupo una nueva y rica experiencia.
Confieso que siguen los temores y que la lucha es permanente pero hoy tengo una ventaja, la ventaja que da saber que mi vida tiene un Propósito, que conozco mi Misión y esa es Amar a mi Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con toda mi mente, así como amar a mi prójimo como debo amarme a mí mismo (Marcos 12:30-31).
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