#UnaHistoriaQueNuncaAntesHabíaContado
En diciembre de 1998 los venezolanos elegimos autoridades nacionales, regionales y locales. Hugo Chávez fue electo presidente; Enrique Mendoza gobernador de Miranda. Mi jefe de ese entonces, Humberto Calderón Berti, había perdido la elección en Anzoátegui, en ese momento terminó mi relación de trabajo con él, me quedé viviendo en Lechería.
Pocas semanas después, mi querido amigo José Luis Mejías fue designado por Enrique Mendoza como presidente de la Corporación de Desarrollo Agrícola del estado Miranda (Cordami). Venía de desempañarse como uno de los directores de la Fundación de Desarrollo Social (Fudesem).
A comienzos de 1999 llamé a José Luis y le comenté que estaba desempleado, que estaba en la búsqueda de trabajo. Me dijo: «Vente a Maracay, tengo una propuesta para ti», así lo hice, en los próximos días partí a esa ciudad. Al llegar me dijo: «Me designaron presidente de la Corporación Agrícola de Miranda, vente conmigo, tus conocimientos y experiencia serán muy útiles». Le respondí que mi experiencia en materia agrícola era nula, cero, que sería irresponsable de mi parte aceptar.
Su respuesta, lo confieso, me tomó por sorpresa: «No vamos a dirigir una institución para convertir a Miranda en una potencia agrícola, vamos a dirigir una institución para ponerla al servicio de los pequeños productores agrícolas, porque eso es lo que tenemos, pero sobre todo para incorporar al Gobierno a los habitantes de las zonas rurales del estado, para promover la participación ciudadana en ese sector de la población del estado; es muy importante hacerlo. Esa es la verdadera descentralización, Ramírez, el presupuesto del estado en manos de la gente».
Con mucho entusiasmo acepté la propuesta, pocas semanas después arrancamos a dirigir Cordami.
José Luis presidió la corporación de febrero de ese año hasta septiembre del 2000. Con una reestructuración organizacional, me convertí en director de programas y proyectos. Nos embarcamos en desarrollar el esquema de participación ciudadana, modelo comunitario de gestión; comenzamos a trabajar en nuevos proyectos. En fin, mucha innovación.
En julio del 2000 se realizaron elecciones nacionales y regionales, y Mendoza resultó reelecto como gobernador; José Luis como diputado por Primero Justicia a la recién creada Asamblea Nacional. Le tocaba dejar el cargo y, para mi sorpresa, un sábado de agosto de ese año, cuando inaugurábamos las primeras plantas semindustriales de chocolate en Barlovento, proyecto muy innovador, Mendoza me dice que debe conversar conmigo y me invita a desayunar a las 6 a.m. del día siguiente, que era domingo. Como vivía en Caucagua me fui a Caracas con mi esposa y mi hija, dormimos en un hotel y al día siguiente, bien temprano, me encontré con Enrique Mendoza.
Me invita a desayunar al Hotel Eurobuilding. Apenas nos sentamos, de entrada y de manera muy directa me dice: «Quiero que seas el nuevo presidente de Cordami, no quiero que te metas en política, eso me lo dejas a mí. Tu trabajo será dedicarte a atender a los pequeños productores y a la gente de las zonas rurales, habla con Mónica (se refería a querida amiga Mónica Döhnert), cuadren para que lleves la participación ciudadana a esas zonas. Muy importante: los atiendes a todos, no importa si son copeyanos, chavistas, lo que sean, son mirandinos y ese es nuestro trabajo, atenderlos a todos, no lo olvides». Y así, semanas después me juramentaron como presidente de Cordami.
Desde el año 2000 hasta octubre de 2004 tuve una de las mejores experiencias profesionales de mi vida. Años de mucho aprendizaje, de cometer errores, aprender de ellos, innovar dentro de la gerencia pública del Estado venezolano. Agradecido estoy de esa oportunidad.
Uno de los aspectos que mayor satisfacción me dio fue haber logrado transformar la gestión del recurso humano. Gracias al apoyo de un gran amigo, Raúl Pérez Rodríguez, psicólogo de profesión con posgrado en recursos humanos de UC Berkeley, lo logramos. Por sus conocimientos y experiencia lo contraté como consultor en el área y establecimos un sistema de selección que nos permitió construir —lo digo con orgullo— un equipo de trabajo, en todo nivel, increíble, y ello a pesar de tener nuestra sede en Caucagua.
Sería injusto destacar solo algunos, porque de todos ellos me sentiré siempre orgulloso, pero quiero mencionar brevemente a cuatro de ellos.
La primera, Francisca, mi secretaria. Después de varios intentos por mi parte, llegó ella a mi oficina por recomendación del gran Richard Milano, quien ejercía como mi asistente. Me dijo: «Yo no me puedo quedar en la oficina, te propongo a Francisca, ella lo hará muy bien». Y así fue. Aprendimos a trabajar juntos de una manera increíble. Bien compenetrados, nos entendíamos de maravilla. Eficiente, capaz. La llegue a designar secretaria ejecutiva de la Junta Directiva de la Corporación.
El segundo, Richard Milano, hombre de una calidad humana increíble. Inteligente, sensible. Muy capaz. Todo proyecto que ejecutaba era un éxito, sobre todo porque sabía ejercer su papel como prestador de servicio, como funcionario del Estado, y su vinculación con la gente, con el ciudadano. Barlovento y Miranda tuvieron en él a un gran servidor.
Dubravska Duarte. Cuando hicimos su proceso de selección, me contó ella años después, que salió algo frustrada, porque la posición que le ofrecimos no era como profesional, además en mi entrevista con ella, sintió mucha arrogancia y antipatía de mi parte, y le creo. Para nadie es un secreto que muchas veces actuaba así. A los días ella decidió tomar la posición temporal con el ofrecimiento de ser promovida en la primera oportunidad posible, lo que fue acertado, porque pronto llegó a ocupar la jefatura de uno de los programas que teníamos. Su desempeño fue excelente, capaz, creativo. La incluyo en esta breve lista porque ella fue el reflejo de casi todos y cada uno de los jóvenes profesionales que fueron seleccionados para ser parte del equipo, en todas las áreas, programas y proyectos; financiamiento agrícola; administración; recursos humanos; contraloría. En definitiva logramos un gran equipo.
Cierro la breve lista, con Alba, la recepcionista. Y con este relato sobre ella quiero significar lo valioso que es motivar y dar oportunidades a las personas. Un día cualquiera llamaba a mi oficina, al teléfono directo, y no lograba comunicarme. Decido llamar a la central telefónica y quien me contesta lo hace de una manera muy profesional, con muy buena dicción y amable voz: «Cordami, buenas tardes». Sorprendido pregunto: «¿Quién es?», me responde: «Buenas tardes, ¿en qué le puedo atender?», «Es Josué, ¿con quién hablo?», «Ah, señor Josué, soy yo, Alba», le respondo; «Mija, pero con esa voz y esos modales no te reconocí».
Alba era una joven que apenas había terminado los primeros años de la secundaria y logró entrar como obrera. Ese día su respuesta me dio una gran satisfacción: «Güa señor Josué, y cómo no voy a hacerlo así, si no es por usted. Usted me dijo que si yo quería, me pusiera a estudiar que usted me ayudaba, la Corporación pues, y así lo hice. Ya estoy terminando mi bachillerato, ya hice el curso de recepcionista y voy a seguir aprendiendo porque me gusta y sé que me va a servir de mucho…».
Estas breves historias son gratos y hermosos recuerdos para mí, porque me hablan del gran talento que existe en cualquier rincón de Venezuela, mi tierra. Nuestras oficinas estaban en Caucagua, era muy complicado contratar personal, pero lo logramos.
Entre el talento y experiencia de Raúl Pérez y, tengo que reconocerlo, el apoyo del gobernador Enrique Mendoza, que nunca se inmiscuyó en los temas laborales de Cordami, me permitieron tener un equipo de gran calidad profesional, administrativa y humana. Por supuesto que también a ese hermano que la vida me ha brindado, José Luis Mejías, quien desde el primer día confió plenamente.
Estoy seguro de que todavía hoy, después de veinte años, los campesinos de Miranda recuerdan al equipo de trabajo del último Cordami de Enrique Mendoza.
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Richard |
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